De la ansiedad a la energía creativa

De la ansiedad a la energía creativa

De la ansiedad a la energía creativa

Por Maia Muravchik

Directora de Escuela Pánico Escénico

La garganta se cierra. El estómago se cierra, náuseas, y una sabe que el terremoto está por suceder. Todo el sistema se pone alerta, y tu mente solo busca estrategias para escapar de ahí. Esas estrategias te envuelven en un torbellino imparable, y en un momento, se derrumba todo.

Se llama ansiedad.

En mi caso sucede ante determinadas circunstancias que para cualquiera podrían llegar a ser simplemente incómodas. Se dispara un mecanismo que solo busca protegerme de cualquier peligro. Un peligro ficticio, evidentemente. O al menos, un peligro al que le doy una magnitud muy superior a la real. Es mi peligro. Es mi viaje. Un viaje agotador, que me hace sentir muy sola y que me trae mucha angustia.

Con esto convivo desde mi adolescencia.

Se agudizó en un viaje que hice a Israel a mis 16. Lejos de mi familia por 52 días. Mucho más chiquita que cualquiera que tenía 16. Tímida, muy tímida, y casi sin amigos. Lo único que me calmaba era hablar por teléfono con mi hermana que me entendía y que me juraba que nada malo iba a pasar. Lo único que te calma en esos momentos es que otro te entienda.

Así, en ese mismo viaje, y casi de casualidad, empecé a aplicar con algunas personas de ese grupo, unas técnicas de relajación que había aprendido en mis clases de teatro. Sumado a esto un masaje inventado por mí, que siempre tuve muchas contracturas, y aprendí a dónde duele. De golpe se corrió la voz y Maiu era Maiu, la curandera. Me llamaban de diferentes habitaciones porque una de las chicas estaba constipada o porque otra tenía fiebre muy alta. Y ahí corría Maiu, la manosanta. No sé muy bien qué hacía. Pero me quedaba un rato al lado de la persona y la acompañaba. Yo también era chiquita, yo también estaba lejos de mi familia y yo también sentía angustia. Y no hay nada más liberador que que el otro entienda tu dolor.

Y paralelamente, ponerme al servicio del otro calmó mi propio sufrimiento.

Entonces ahí encontré una respuesta: ponerme en el lugar del otro me salvaba de mí misma.
Y emprendí el camino del servicio.

Primero con el masaje.

Después con las clases, y con mi amada Pánico Escénico, que quizás es la síntesis más perfecta de mi vida.

Y, fundamental, mi terapia.

Cada día entiendo más que ponerme al servicio del otro me resulta sumamente sanador. Y la cosa no termina ahí. Puedo ver cómo la fórmula se repite en otros de la misma manera. Gente que padece que se pone al servicio de otros que padecen, y unos y otros se benefician de este círculo de amor que es profundo y es genuino. Y me convierto en testigo del crecimiento de un montón de personas. Y entiendo que ahí me encuentro con quien realmente soy.

El otro día tuve otro episodio. Después de mucho tiempo. Los valores, lo que realmente te importa en la vida y el dolor van muy de la mano. Y ahí estaba, volviendo a un lugar que ya conozco hace 20 años. Repitiendo una situación, preguntándome esta vez para qué (Y no por qué) la vida me volvía a enfrentar a eso que tanto me desorganiza.

Lo cierto es que el trastorno de ansiedad es algo con lo que voy a convivir, creo, toda mi vida. Siempre, hasta el último respiro. Al aceptar eso, y al entender que eso se puede convertir en energía creativa que me permita ayudar a las personas, todo cobra otro sentido. Entiendo que estos episodios se seguirán repitiendo hasta que tenga la suficiente valentía de entregarme a la vulnerabilidad de mi propia vida, y así empatizar con la mayor cantidad de seres posibles, para que el día en que ya no esté, muchas otras personas hayan atravesado creativamente su sufrimiento hasta haberlo convertido en algo poético, hermoso, con un significado para todo el que esté dispuesto a verlo.