Mi Primer Pánico Escénico
Por Maia Muravchik
Directora de Pánico Escénico Escuela de Teatro
Mi infancia transcurrió en rodajes. Mi papá, director y productor de cine, solía llevarme de visita, y en un momento, tendría 4 años, empecé a actuar.
Me fascinaba la posibilidad de vivir mil vidas, de tener mil familias, mil casas, y, siendo judía, en una ocasión tuve la posibilidad hasta de tener un enorme árbol de navidad. Y encima me pagaban. Negoción.
Era bastante tímida, pero frente a una cámara o sobre un escenario, la vergüenza se esfumaba como por arte de magia. Era mi lugar en el mundo.
Seguí creciendo, y un día mis amigas decretaron que ya éramos grandes y que entonces no jugaríamos más. Tremenda incertidumbre la que sentí. Empecé a comprender que se acababa lo que más me gustaba hacer en la tierra. Y tendría que empezar a comportarme como una adolescente: tener novios, crisis existenciales y hacer cosas serias.
Felizmente, descubrí que estudiando teatro, podría hacer cosas serias y seguir jugando- ¡En tu cara, madurez!- Y empecé a tomar clases a los 11 años.
Decían que era buena. Y quizás era lo primero en lo que me sentía realmente buena en mi vida. Actuar, jugar para siempre.
Y empecé a hacer obras de teatro, amateur, concursar en diferentes competencias y, a los 14 años gané una mención como mejor actriz protagónica de comedia, interpretando a la Nonna, de Tito Cossa.
Ahí empezaron los problemas.
Empezó a haber cierto entusiasmo, en mi desempeño como actriz. Al entusiasmo, se le sumó la presión. En la escuela, en la familia, en mis compañeros. Gran expectativa frente a la siguiente obra de teatro en la que participaba.
Y yo me había dado cuenta de que quería ser una actriz profesional. Hacerlo en serio.
El teatro estaba lleno. Yo abría esta nueva obra. La gente estaba expectante. Algo raro ocurrió en mi cuerpo antes de salir a escena. El corazón latía más que lo habitual, un fuerte hormigueo recorría mis extremidades, sudor, tensión en todos mis músculos, y cuando el telón se abrió, la garganta se me cerró.
Intenté seguir adelante, frente a ese enorme auditorio de como mil butacas. Sentía que iba a desmayarme. Pero seguí adelante, con la garganta cerrada y el pecho cerrado y con dificultad para emitir (y ni que hablar, proyectar) la voz.
Del público empezaron a gritar “No se escucha”. Y en esa lucha interna por no dejarme huir de esa espantosa escena, me quedé casi petrificada.
Al salir, un compañero me dijo: “Cada vez actuás peor”. Y me puse a llorar, como se imaginarán.
A medida que estaba más decidida de que quería ser actriz, más tensiones y trabas encontraba.
Estudié con los mejores maestros, me instruí intelectual y físicamente. Pero al momento de salir a escena, los nervios vencían eso que yo tanto amaba hacer. Era muy frustrante.
Me inventé una técnica para relajarme antes de salir a escena. Me sirvió bastante, pude disfrutar de realizar algunas obras, películas y participaciones en TV. Pero nunca pude volver a ese juego inocente de vivir mil vidas, sin prejuicios y sin presiones.
Y un día casi de casualidad empecé a dar clases, y me di cuenta de que podía estar frente a 40 personas -¿actuando?- sin miedo alguno. Y que si esos adultos entraban en el juego infantil y desprejuiciado, podrían descubrir al gran actor que llevan dentro.
Por el lugar donde trabajaba, no había posibilidad de hacer cursos largos, y entonces armé un sistema intensivo de 7 clases y una muestra. En esa experiencia vertiginosa, empecé a ser testigo del momento único, en que una persona descubre su propia expresividad, su actor, su duende. Y en ese preciso momento, volví a enamorarme del teatro y su capacidad para transformar personas.
Hace unos años, una participante muy tímida de uno de los seminarios, me dijo que gracias a estas clases, se le había ido el miedo escénico. Se me encendió una lamparita. Y con el aliento y apoyo de mis alumnos, amigos y familia, me animé a abrir mi propio espacio hace un año y medio: Pánico Escénico.
Mi traumática experiencia sobre el escenario a los 15 años, me ayudó a entender las consecuencias que tiene la tensión física y mental en las personas. Creando un ambiente de entrenamiento, empatía, amor y compromiso, se puede, en muy poco tiempo trascender como persona y llegar a lugares inesperados. Lo demuestra la gran tribu que es hoy en día mi amada Pánico Escénico Escuela de Teatro.
No Comments